El autor Allan Kardec dice que el objeto de este libro, es dar, dentro de un cuadro limitado, un resumen histórico del espiritismo y una idea suficiente de la doctrina de los Espiritas, para hacer facílmente comprensible su objeto moral y filosófico. Mediante la claridad y la secillez del estilo hemos procurado ponernos al alcance de todas las inteligencias.
Qué son esos Espíritus? ¿Qué papel desempeñan en el Universo? ¿Con qué propósito se comunican con los mortales? Tales son las primeras preguntas que se trataban de responder.
Pronto se supo, por ellos mismos, que no son seres aparte en la Creación, sino las mismas almas de aquellos que vivieron en la Tierra o en otros mundos; que esas almas, después de despojarse de su envoltorio corporal, pueblan y recorren el espacio. Ya no fue permitido dudar más de eso, cuando se reconoció, entre ellos, a sus parientes y a sus amigos, con los cuales pudieron conversar; cuando éstos vinieron a dar la prueba de su existencia, a demostrar que en ellos no ha muerto sino el cuerpo, que su alma o Espíritu vive siempre, que están allí, cerca de nosotros, viéndonos y observándonos como cuando estaban vivos, rodeando con su solicitud a aquellos que amaron y de los cuales el recuerdo, para ellos, es una dulce satisfacción.
Por lo general se tiene de los Espíritus una idea completamente falsa; ellos no son, como muchos se lo figuran, seres abstractos, vagos e indefinidos, ni algo así como un fulgor o una chispa; son, por el contrario, seres muy reales, teniendo su individualidad y una forma determinada. Podemos hacernos de ellos una idea aproximada por la siguiente explicación:
Hay en el hombre tres cosas esenciales: 1º El alma, o Espíritu, principio inteligente en el cual residen el pensamiento, la voluntad y el sentido moral; 2º El cuerpo, envoltorio material pesado y grosero, que coloca a los Espíritus en relación con el mundo exterior; 3° El periespíritu, envoltorio fluídico, leve, sirviendo de lazo y de intermediario entre el Espíritu y el cuerpo.
Cuando el envoltorio exterior está usado y no puede funcionar, cae, y el Espíritu se despoja de él, como el fruto de su cáscara, el árbol de su corteza: en una palabra, como se desecha una vieja ropa fuera de su uso. Esto es lo que se llama la muerte. La muerte, por lo tanto, no es otra cosa sino la destrucción del envoltorio grosero del Espíritu: sólo el cuerpo muere, el Espíritu está, de alguna suerte, comprimido por los lazos de la materia a la cual está unido, y que, frecuentemente, paraliza sus facultades; la muerte del cuerpo lo desembaraza de sus lazos; se emancipa y recobra su libertad, como la mariposa saliendo de su crisálida; pero no deja sino el cuerpo material; conserva el periespíritu, que constituye, para él, una especie de cuerpo etéreo, vaporoso, imponderable para nosotros y de forma humana, que parece ser la forma típica. En su estado normal, el periespíritu es invisible, pero el Espíritu puede hacerle sufrir ciertas modificaciones que lo vuelven momentáneamente accesible a la visión e incluso al tacto, tal como ocurre con el vapor condensado; es así que puede, algunas veces, mostrársenos en las apariciones.
Es con la ayuda del periespíritu que el Espíritu actúa sobre la materia inerte y produce los diversos fenómenos de ruidos, de movimientos, de escritura, etcétera (los golpes y los movimientos son, para los Espíritus, los medios de mostrar su presencia y de llamar sobre ellos la atención, exactamente como una persona cuando toca para advertir que hay alguien). Hay los que no se limitan a ruidos moderados, sino que llegan a provocar un estrépito semejante al de la vajilla que cae y se rompe o de puertas que se abren y vuelven a cerrarse o de muebles derribados. Dado que los Espíritus no son otra cosa que las almas, no podemos negar a los Espíritus sin negar a las almas. Una vez admitida la existencia de las almas o Espíritus, el problema queda reducido a su más simple expresión: las almas de los que han muerto, ¿pueden comunicarse con los vivos? El espiritismo prueba mediante hechos materiales que la respuesta afirmativa es la correcta. Por el contrario, ¿cuál es la prueba que podrían aportar los que piensan que eso no es posible? Si lo es, ninguna negación impedirá que así sea, porque no se trata de un sistema ni de una teoría, sino de una ley de la naturaleza. Ahora bien, contra las leyes de la naturaleza la voluntad del hombre es impotente. De buen grado o a disgusto, tendrá que aceptar las consecuencias de esas leyes, y adaptar a ellas sus creencias y sus costumbres.
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